viernes, 4 de mayo de 2012

ANNONYMOUS

Esta película fue toda una sorpresa y una revelación. Primero por el tema. Resulta que hay una corriente que cree que Shakespiare no existió. O sea, existió, pero no fue él quien escribió sus clásicas historias, la razón sería que Shakespiare era hijo de un fabricante de guantes, iletrado. Viajó a Londres para convertirse en actor, pero apenas sabía leer, menos escribir (dicen los teóricos de esta historia). Cuando falleció le dejó a su esposa un colchón y diversas especies. No mencionó ninguno de sus manuscritos, ninguna de sus obras. Tampoco hay una sola firma en sus supuestas obras, hay 3 tipos de firmas distintas en lo que se ha encontrado. Ni la cónyuge ni las hijas de Shakespiare aprendieron a leer o a escribir.


Por otro lado, los defensores de Shakespiare explican que, en esa época, los autores no eran dueños de sus obras, escribían para un teatro determinado y ese dueño del teatro se había dueño de la obra, se conocía al autor para efectos de darle fama al teatro que exponía sus obras, pero el dueño en definitiva era el teatro.
Los detractores dice además, que sería imposible que el semi analfabeto Shakespiare, de la clase baja, pudiera conocer el lenguaje de las clases acomodadas y pudientes de la época, así como los detalles de las intrigas de palacio.

Los detractores dicen que quien escribió las obras de Shakespiare fue Edward de Vere, conde de Oxford. Este personaje pertenecía a la realeza, estaba emparentado con la Reina Isabel, aunque en la película van mucho más allá. Se hacen cargo de los innumerables rumores de los hijos ilegítimos de la reina. Edward ama el teatro, pero no puede dedicarse a él por el tema político, la reina Isabel morirá y no hay un heredero, así que todo el círculo cercano a la reina se pelea por encontrar un heredero.
Edward decide entregarle sus obras a un pobre escritor para que, con su pluma, ataque a William Cecil, el consejero nefasto de la reina. Así, entre intrigas de palacio y ego de escritores, las obras cayeron en manos de William Shakespiare, quien, conociendo el secreto del conde, no duda en chantajearlo para que le pague más por hacer pasar las obras por propias y de paso, ganarse el reconocimiento del mundo.

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